sábado, 18 de diciembre de 2010

UNA CANITA AL AIRE
Por.- Lizeth Guerrero
Cuando hablamos de la infidelidad tenemos que tomar en cuenta la palabra equidad, ya que es un término muy utilizado en los últimos tiempos. Pero cuando escuchamos hablar de ella, lo primero que se nos viene a la mente es: “Equidad de Género”; que hombre y mujer tenemos los mismos derechos en todos los campos: Trabajo, política, familia.
Si la equidad es trasladada al aspecto moral, las mujeres no somos medidas con la misma vara con la que se mide a los hombres; ya que nosotras somos las correctas, las intachables, las damas, porque la sociedad en su conjunto, ha creado un estereotipo de madre y esposa que debemos adoptar.
Es así, que cuando hablamos del tema infidelidad, las mujeres somos juzgadas con más dureza que los hombres, a causa de esa delicada envoltura de “corrección” que nos cubre.
Si una mujer es infiel, los adjetivos vulgares abundan en la boca de las personas; pero, si el infiel es un hombre, estos adjetivos se minimizan demasiado; es más, el hombre infiel se convierte en un ejemplo a seguir entre su grupo de amigos.

No solo la infiel es censurada, sino también aquella mujer con la que el hombre comete el adulterio “denominada amante”, que se convierte en la serpiente del Edén que “engatusó” a un hombre. Y este por el contrario, es una víctima; y nos olvidamos que quién debía respeto en la relación, era él y no la amante, que pudo haber sido más bien, una víctima de las circunstancias.
Otro de los problemas que debemos tomar en cuenta al hablar de infidelidad, es el “machismo”, ya que el hombre, por lo general no se siente infiel ; sino, más bien que ha tenido una aventura: “una canita al aire”, un complemento sexual a su relación matrimonial. Manteniendo, como lo dice la cultura popular, “a su mujer como la catedral y a la amante como capilla”.
La infidelidad es un mal que siempre ha existido y que siempre existirá, ya que las causas o, más bien, “pretextos”, sobran; y lo que la sociedad debe comprender, es que el adulterio es una falta que se tiene que juzgar sin distinción de sexo, porque a la hora de dar el sí y jurarse fidelidad eterna ante Dios, se encuentran dos seres con iguales deseos y sentimientos.